El último día del año 2019, una noticia que marcaría el futuro del mundo, pasó desapercibida para el grueso de la población mundial menos para la china: la ciudad de Wuhan estaba sufriendo un brote severo de neumonía causado por un nuevo coronavirus, el SARS-Cov-2 (los coronavirus anteriores causaron las epidemias del SARS y el MERS).

Ya en 2020, la comunidad científica comenzó a lanzar sus alertas y a fines de enero la información hablaba de una situación altamente peligrosa en China y potencial para otros países por su transmisión humana. Febrero fue un mes de reuniones de expertos, con idas y venidas en cuanto a medidas a tomar, mientras varios países ya estaban presentando casos de la enfermedad. Recién el 11 de marzo, ante la avalancha de enfermos, la OMS declara la potencialidad de pandemia.

Sin que mediara una preparación psicológica para asumirla, padecimos (y padecemos, usando el neologismo creado) la ‘infodemia’ disparada por el cúmulo de información, desinformación y mala información, generada por millones de fuentes y dispersada global y raudamente por las redes sociales.

Los laboratorios productores de vacunas se lanzaron a la arena con la intención de conseguir las armas necesarias para combatir al novel virus, en una carrera contra reloj que permitiera hacer frente a esta inesperada epidemia global. Los países poderosos, atentos a la evolución tórpida de pandemia, invirtieron muchísimo dinero para su desarrollo (y para asegurarse la provisión futura). La diversidad de marcas y orígenes de estos emprendimientos generaron una nueva ‘guerra fría’, fogoneada por la geopolítica y piloteada por los históricos grandes rivales como China, Rusia y Estados Unidos, junto a otros como el Reino Unido y Alemania.

Amén de ello, la OMS tardó en asumir su rol, con marchas y contramarchas que debilitaron su liderazgo sanitario mundial. Así las cosas, cada país fue asumiendo el manejo de la pandemia en forma individual, con medidas defensivas tomadas con una urgencia obligada, con cambios y ajustes permanentes acordes a la situación epidemiológica imperante y que en una primera instancia dejaron en ventaja al COVID19.

La evolución fue la esperada en cualquier pandemia grave. La incidencia de contagios y la mortalidad fueron muy altos, pero la dispersión generada por el intercambio humano en un mundo globalizado fue determinante para que el planeta entero fuera invadido por la enfermedad en muy corto tiempo. Los sistemas sanitarios de algunos países del hemisferio norte (incluso con infraestructura óptima) comenzaron a saturarse y hasta a colapsar, mientras que en el hemisferio sur el avance arrollador del virus mostraba terribles imágenes de muertos en las calles.

La cuarentena y/o confinamiento impuesto en los distintos países, con sus distintas fases y obligaciones, desencadenaron rápidamente situaciones socio-económicas gravísimas sobre las cuales los gobiernos debieron intervenir para paliarlas en la medida de sus posibilidades. Pero, la extensión de esas cuarentenas por la persistencia del virus (que además tiene la habilidad de cambiar su conformación) y nuevos brotes generados por el cansancio y la desidia social, hicieron que se produzcan nuevas olas de contagiados, reflotando las imágenes y cifras de los primeros días de la pandemia.

La evaluación de la eficacia de las vacunas que llegaron a la fase III, sobre la finalización del año 2020, disparó otra crisis de infodemia destinada a mostrar los logros de cada una de ellas, algunas con las obligadas presentaciones científicas y otras sólo con información parcial propia, lo que derivó en acusaciones cruzadas con intencionalidad política y comercial, generando más dudas en el común de la gente.

Una vez aparecidos los inmunizantes entre tires y aflojes de los ‘pro’ y los ‘contra’, con apoyos y demandas de claridad en la comunicación por parte de la comunidad científica, comienza otra batalla: la disponibilidad de las mismas, que depende de la capacidad de producción de los laboratorios y el cumplimiento de los contratos previamente firmados con los distintos países, que aportaron mucho dinero para su desarrollo express. En esta semana se está haciendo evidente esta situación, en que la población ansiosa y agobiada, exige la rápida inmunización apurando a los gobiernos a comprar varias vacunas para cubrir la falta de cumplimiento en las entregas.

Es evidente que los plazos prometidos se irán postergando en atención a lo mencionado, obligándonos a mantener la esperanza de vencer al virus cumpliendo los protocolos establecidos para llegar a la vacuna de la mejor manera posible.

Que así sea.

Dr. Carlos Köhler

Contenido actualizado el January 7, 2021, 8:20 pm